Nota introductoria: Somos plenamente conscientes de que no existe una única forma de asamblearismo, sino muchas muy diversas. Utilizamos el término homogeneizador – y por tanto incompleto- “asamblearismo” por una mera cuestión de utilidad práctica. Nada más lejos de nuestra intención, por otra parte, que postular un determinado modelo de asamblearismo, o considerar el “asamblearismo” como un sistema cerrado o una ideología. Lo consideramos ante todo una forma de organizar espacios de diálogo, de organización y de búsqueda de consenso de manera no autoritaria y con la máxima horizontalidad y libertad posibles. Entendemos por “asamblearismo” por tanto al conjunto de movimientos que apuestan por esta forma de diálogo y organización políticos como eje de la realidad social.
El asamblearismo propone la asamblea de iguales como eje de debate, discusión, organización y decisión política, pero su potencial real y transformador no se acaba ahí. Gran parte de los movimientos asamblearios –el 15M entre ellos– utilizan la asamblea únicamente como espacio político público, y como herramienta para alcanzar una horizontalidad real dentro de grupos de afinidad que intenta intervenir en lo real. Pero esa es sólo una de sus aplicaciones en la realidad social. Un asamblearismo extenso y verdadero debe proponerse impregnar las distintas realidades sociales, incluyendo también y sobre todo la organización del trabajo y la de la totalidad de los procesos educativos y actuar de manera material y concreta sobre la realidad. Mientras el asamblearismo se limite a la asamblea pública o de grupos de activistas, seguirá siendo un proyecto político inacabado, con el riesgo constante de ser absorbido por el sistema jerárquico y autoritario dentro del que surge. Se hace necesario extender en lo posible el proyecto de la asamblea –que es un proyecto político, pero también y fundamentalmente educativo y social– a todos los ámbitos de la realidad colectiva.
Reducir el asamblearismo al modo de participación y decisión política –por ejemplo, como forma de debatir, tratar y decidir sobre asuntos de la vida pública en barrios y pueblos– es limitar el asamblearismo como proyecto real, que debe empezar en las relaciones interpersonales, en escuela, familia y puesto de trabajo.
Asamblearismo versus democracia parlamentaria
Numerosos sectores sociales –incluyendo algunos muy afines al sistema actual– mantienen todavía la creencia de que asamblearismo y democracia parlamentaria son compatibles y pueden subsistir uno junto a la otra. Nada más lejos de la realidad: en esencia, se trata de dos proyectos antitéticos. La democracia parlamentaria, al incidir en la representatividad y la delegación del poder, se nos muestra como un sistema de dominación de unas clases sobre otras –básicamente, lxs representantes y sus lobbies de poder sobre lxs representadxs–, que se fundamenta sobre una compleja jerarquía vertical que penetra todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo la educación –Ministerio, concejalía, dirección provincial, dirección de centro, profesorxs, alumnxs– y la organización del trabajo –dirección de empresa, consejo de administración, comité de empresa, jefxs, trabajadorxs-. Frente a esto, el asamblearismo busca una sociedad sin clases que se organiza de manera horizontal y no autoritaria donde cada individuo tiene voz y capacidad de decisión y donde la organización colectiva se lleva a cabo eliminando todas las jerarquías. Frente a una falsa asamblea formada por individuos de una misma clase social –el Parlamento– distribuidos en distintas facciones y completamente blindada a la participación real del resto de la población, el asamblearismo apuesta por asambleas de iguales con participación real de quien quiera formar parte de ellas, y que se imbrican en todas y cada una de las actividades colectivas.
Mientras el asamblearismo coexista con la democracia parlamentaria, su potencial y su efectividad reales quedarán fuertemente mermadas. La implantación de un asamblearismo real sólo será posible con la sistemática desaparición del parlamentarismo y su substitución por una red compleja de asambleas de iguales.
La asamblea no es un medio para un fin, sino una realidad en sí misma
Otra de las equivocaciones señalables al utilizar el asamblearismo es considerarlo un medio para llegar a formas de organización diferentes –generalmente verticales y jerárquicas–. Pero la asamblea de iguales es un espacio completo en sí mismo, donde se desarrollan y florecen relaciones sociales y personales completamente distintas a las de los sistemas autoritarios, y que se fundan sobre la igualdad, la solidaridad y la cohesión en lo común. La horizontalidad propone formas de relación y de participación completamente diferentes a la verticalidad, y podemos incluso afirmar que forma personas totalmente distintas. El condicionamiento psicológico cambia de manera radical de un proyecto horizontal a uno autoritario. El patriarcado, por ejemplo, no tiene sentido alguno dentro de una sociedad no autoritaria, como tampoco el machismo, el militarismo o los sistemas policiales, por poner sólo algunos ejemplos. En la búsqueda de una sociedad igualitaria y sin clases, la asamblea no es un medio. La sociedad sin clases y la asamblea de iguales son dos caras de la misma realidad, que se van realimentando y construyendo juntas.
La asamblea como espacio educativo
Uno de los valores fundamentales de la asamblea de iguales, pasado por alto en muchas ocasiones, es el de proponer un espacio educativo y de desarrollo de las relaciones entre personas –y al hablar de iguales lo hacemos siempre desde el plano político, social y psicológico, respetando siempre la diversidad personal–. Siendo un poco ambiciosxs, nos aventuramos a afirmar que el asamblearismo –experimentado desde la infancia– es capaz de producir un modo de ser humano distinto del de los sistemas autoritarios. En la asamblea horizontal y libre florecen formas de relación y de aprendizaje diferentes a las dadas, porque crecen sobre bases completamente distintas. En ese proceso se fomentan y refuerzan la autonomía y la capacidad de decisión personales, el respeto al otrx desde la igualdad, la creación de personalidades libres y la búsqueda de soluciones consensuadas y no autoritarias a los conflictos.
Pero para que ese potencial transformador se haga realidad, es necesario que el individuo experimente y crezca en ese espacio desde la infancia, y para ello es indispensable una transformación radical de los modos de enseñanza imperantes actualmente. La asamblea conjunta y horizontal de alumnxs, profesorxs y trabajadorxs de centros educativos (de cualquier grado, desde la educación de niñxs hasta la de adultxs) podría plantearse como base de la educación, donde los conocimientos fluyan horizontal y libremente y no –como hasta ahora– de arriba hacia abajo, con la enorme carga ideológica y represiva que ello conlleva. Un individuo que crezca en la igualdad y libertad personal y colectiva que proponen las asambleas estará mucho más capacitado y motivado para cambiar un mundo dominado por el autoritarismo, la coerción y la sumisión al poder.
La asamblea como medio de organización de lxs trabajadorxs.
El asamblearismo real debe buscar por todos los medios que el trabajo humano se organice igualmente sobre las bases de la asamblea. Para ello será sin duda necesario eliminar primero o simultáneamente las bases mismas del capitalismo –competitividad, trabajo asalariado, acumulación de capital, propiedad privada de los medios de producción, propiedad privada de la tierra-. La organización actual del trabajo, basada en la jerarquía y en la especialización vertical por categorías y grados y por diferentes retribuciones, debe ser substituida por asambleas o consejos de trabajadorxs donde cada individuo tenga capacidad decisoria y deliberativa, donde todas las decisiones que atañan a ese centro de trabajo –sea agrícola, industrial o administrativo– se debatan y traten en asamblea y donde cada tarea y quien la realiza tengan el mismo valor que las demás, en un plano de absoluta autogestión e igualdad de lxs trabajadrxs, sin jefes ni capataces. De nuevo este tipo de cambio presupone una experiencia educativa previa, por lo que repetimos que estos cambios reales deben ir de la mano de cambios en la mentalidad de las actuales y de las nuevas generaciones, o podrán estar abocados al fracaso. Frente al sistema actual, que propone el paso de la verticalidad de los centros de enseñanza a la verticalidad de la explotación del trabajo asalariado, se opondría el paso de las asambleas educativas horizontales a los centros de trabajo horizontales autogestionados. La tarea educativa buscará una transición absolutamente natural de uno a otro, además de hacer una labor de extirpación real de las trazas de autoritarismo de la vida cotidiana: machismo, patriarcado, sumisión, autoritarismo, liderazgo, imposición por la fuerza.
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Mientras sigan existiendo las escuelas tal y como las conocemos, siga existiendo la familia y las relaciones sociales tal y como las conocemos y sigan existiendo empresas y centros de trabajo que funcionan como entidades jerárquicas y sometidas al capital , el asamblearismo no será más que un cuerpo extraño dentro del mismo mundo de siempre, y se seguirán perpetuando liderazgos y asimetrías verticales. Como todo proyecto utópico y radical, el asamblearismo no sólo propone una sociedad nueva, sino un mundo nuevo y un ser humano nuevo, inaugural. Y ello supone romper radicalmente con el pasado y tener el valor y la lucidez de caminar colectivamente hacia lo desconocido, inventando a cada paso otra cosa desde la libertad y desde la solidaridad.
Artículo de la Asamblea de Política Largo Plazo de la Acampada
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